Los placeres de la puerta
Los reyes no tocan las puertas.
No conocen esa felicidad: empujar hacia adelante con suavidad o violencia uno de esos grandes tableros familiares, volverse hacia él para ponerlo otra vez en su lugar: tener en nuestros brazos una puerta.
La felicidad de empuñar por su nudo de porcelana el vientre de uno de esos altos obstáculos de una sola pieza; ese rápido cuerpo a cuerpo mediante el cual, detenido el andar por un instante, la mirada se extiende y el cuerpo entero se acomoda a su nueva habitación.
Con una mano amistosa la reitene aún, antes de volver a empujarla con decisión y encerrarse: de lo que el ruido del pestillo potente pero bien aceitado le ofrece agradable confirmación.