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Gracias, Niebla – WYSTAN HUGH AUDEN

Acostumbrado al clima de Nueva York,
tan familiarizado con su contaminada niebla,
a ti, su inmaculada Hermana,
te tenía olvidada por completo,
a ti y a cuanto aportas
al invierno británico.
Ahora, esa impresión nativa vuelve a mí.

Enemiga implacable de la prisa,
amedrentadora de conductores de aviones,
todo lo veloz, desde luego, te maldecirá
pero cuánto me agrada
que hayas sido persuadida a visitar
el hechizado campo de Wiltshire
a lo largo de toda una semana
en estas Navidades,
evitando que a alguno le diese por venir
aquí donde mi mundo se reduce
a esta vieja casa solariega
en la que gozamos de la amistad nosotros cuatro:
Jimmy, Tania, Sonia y Yo.

Afuera, un vacío silencio,
porque incluso esos pájaros,
como el malvís y el mirlo,
a los que su sangre vigorosa les permite
vivir aquí durante todo el año,
ante tus zalamerías refrenan
su piar alegre.
No hay un gallo que cante.
Las copas de los árboles, vagamente visibles,
no crujen, pero ahí están,
tan eficientemente condensando
tu humedad en la precisión de unas gotas.

Dentro, tenemos los espacios apropiados,
confortables, propicios
al recuerdo y la lectura,
los crucigramas, las complicidades, la diversión.
Ante una sabrosa cena
festejada con vino,
nos sentamos en un alegre círculo,
cada cual despreocupado de sí mismo
pero atento a los demás,
apurando el instante, pues qué pronto
tendremos que volver,
cuando los dulces días estén cumplidos,
al mundo del trabajo y del dinero,
preocupados por esto o por lo otro.

Ningún sol estival logrará nunca
disipar la total oscuridad
vertida en los periódicos,
que vomitan en una mala prosa
los sucesos inmundos y violentos
que la estupidez nos impide prevenir.
Nuestra tierra es un lugar triste,
pero por esta tregua especial,
tan sosegada y sin embargo tan festiva,
gracias, gracias, gracias, Niebla.

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