A los treinta años de mi vida,
ya insensible a los deshonores,
ni muy loco ni muy sensato,
pese a penas y humillaciones
que sufrí todas sepultado
de Orleáns en hondas prisiones
por culpa sola de un obispo
que d’Aussigny lleva por nombre.
Yo, en el año mil cuatrocientos cincuenta y seis, François Villon, estudiante, considerando con sensatez y decisión que es deber someter sus actos al examen […]
Finalmente, mientras sereno escribía, y de buen humor, y redactaba este legado, la campana de la Sorbonne oí tañer a todo vuelo anunciando la Salvación. […]