¿Has visto tú meditar a los ascetas terribles?
Rechazaron los talmudes, los Coranes y las biblias.
Y ninguno de los vedas aceptaron, comprendiendo
Que el libro de la verdad se abre en el fondo del cielo,
Y que solamente allí, en el azul de los astros,
Brilla el texto deslumbrante de regocijo o de espanto.
Contemplan aquello que ni lugar ni tiempo tiene,
Absortos en la visión aterradora de Dios.
Feroces, allí se encuentran cada cual solo en la especie
De horror por él escogido en el fondo de la sombra,
Siempre a lo desconocido entregando el mismo esfuerzo,
Uno en una vieja tumba de la que parece el muerto,
Otro, siniestro, sentado en el agujero que un rayo
Hizo en tronco prodigioso de un cedro ya centenario,
Otro lívido y desnudo en el hueco de unas piedras,
Mudos, horribles, dejando que se aproximen las bestias.
Sin sentirse importunados en su aureola salvaje
Ni por el rugir de un tigre ni por el vuelo de un ave.
En cuclillas permanentes, el desierto los ha visto,
Y jamás un movimiento, tampoco nunca un suspiro.
¿Tienen hambre? ¿Tienen sed? Cuando luce el alba roja,
Al rocío matinal vagamente abren la boca.
La vuelven a abrir a veces al llegar la noche huraña.
Si el pensamiento pudiera recogerse en la mirada.
Allí se vería el mundo, la nada y la eternidad,
El enigma, que es aún más triste si se intenta averiguar,
Caer de sus negras frentes cual la sombra de los tejos;
Piensan, ni vivos ni muertos, meditabundos espectros,
Entre la muerte engañada y aquesta imposible vida,
Pasa el verano; el invierno vacía en ellos su criba;
No contemplan otra cosa que el oscuro firmamento,
Y en el más profundo grado de extremo anonadamiento
Se sumergen esos seres por su ideal aturdidos.
Los reaniman las corrientes misteriosas de infinito
A medida que en su ser va disipándose el hombre.
El huracán monstruoso se dirige a ellos de noche
Como a los catecúmenos el celebrante les habla,
Y esos horribles espíritus pierden sus formas humanas.
Al pasar volando el águila algo dice suavemente;
A veces hacen señales al relámpago que desciende;
Y sueñan, fijos, oscuros, acechan lo inaccesible.
Mientras brilla su mirada con una estrella invisible.
¡Invisible! ¿Qué he dicho, invisible? ¿Por qué causa?
Él existe mas no hay grito de ser humano o de ángel,
Ni amor, ni boca ninguna, humilde, soberbia o suave,
Que pudiera articular ese verbo claramente,
¡Él existe! ¡Él existe! ¡Existe perdidamente!
Todo, fuegos, claridades, cielos y el inmenso amante,
Día, noche, es todo cifra; de todo es suma su ser.
Lo infinito para el hombre, es plenitud para él.
Hacer un dogma, integrarle, ¡inventar a Dios! ¡Qué sueño!
¡Existe! y debe bastaros que lo afirme el universo.
¿Unas religiones, pues? ¿Eso pretendéis hacer?
Hombre, basta con abrir los ojos, y es preferible.
Creer en Él es bastante y es suficiente tener
La esperanza que nos muestra su gran ala que es la fe;
Conténtate con beber el dictamen, si sed tienes;
Conténtate con decir: Existe, pues las mujeres
Mecen al hijo en la cuna con cantares misteriosos;
Existe, pues el espíritu frío siente si es curioso;
Existe, pues llevo yo la frente alta; un maestro
Que no sea él me indigna, y a ser no tiene derecho;
Existe, puesto que César ante Patmos se estremece,
Existe, lo siento oculto en las palabras siguientes:
Idea, Absoluto, Deber, Razón y Ciencia;
Existe, pues mi pecado necesita su paciencia.
Pues es útil a mi alma cuando el hambre me perturba,
Pues hace falta una luz a mi noche tan profunda.
Si el pensamiento se eleva hacia Él se hace gigante.
Debes contentarte, hombre, con esta sed insaciable;
Pero hacia Dios no dirijas esta humana facultad
De inventar tú por el miedo, o por una iniquidad,
Estos locos catecismos, gramáticas y Coranes,
Y siniestros instrumentos de los que quimeras haces.
Vive, cumple tu jornada; ama y entrégate al sueño.
Mira sobre tu cabeza el rojizo Armamento;
Mira en ti el profundo cielo al que todos llaman alma;
En ese abismo, en el cénit, está brillando una llama.
Un inaccesible punto de luz allí se ha Ajado,
En ti y fuera de ti la luz brilla y ha brillado;
Está abajo, en lo más hondo y en lo alto de la sima,
La claridad, siempre joven, eternamente propicia,
Que no se interrumpe nunca y que jamás palidece;
Está allá arriba, en las cumbres; de la oscuridad proviene.
De la noche surge el odio, y la sombra de la ira,
Inauditas ella torna esas cosas; ilumina.
No podrías extinguirle si blasfemias pronunciaras;
Ella inspiraba a Orfeo y a Hermes inflamaba;
Es ella el más formidable y el más tranquilo prodigio;
Está en el tallo del árbol y del pájaro en el nido;
Todo lo posee y nada pudo jamás apresarla;
Inmóvil, ella se ofrece a eternas esperanzas,
Se niega continuamente, sin desfallecer se entrega;
Es la evidencia enorme, simple, que perdona penas,
Es la inundación de rayos de fulgor, diseminados
Como astros en un cielo, como rosas en un campo;
Es aquí, allí, por todo, arriba, abajo, sin tregua,
Ayer, hoy, también mañana, sobre hechos y quimeras,
Sobre esa profusión de resplandores y gritos
Y sobre los horizontes de los abismos unidos.
Sobre sombras no saciadas, sobre el azul firmamento,
Sobre el ser, sobre el diluvio de la vida, tan inmenso,
Es la luz que nos deslumbra, en que la mirada cree;
De ese resplandor proviene el bien, lo recto, el derecho;
Él, misterioso, reluce en torbellino de estrellas;
Las brumas, oscuridades, las plagas, todas las penas.
Se funden junto al calor tan inmenso que desprende,
Todo, en savia, gozo y gloria y en amores se disuelve;
Si existen las almas firmes, corazones poderosos,
Eso viene del torrente, de los gérmenes y soplos,
Que por todo cae y brota, que corre por todas partes,
Surgiendo del fuego vivo que por nosotros se esparce.
Existe, existe, alma, mira. También su solsticio tiene,
La Consciencia; y, además, la Justicia que es su eje;
También tiene un equinoccio que se llama Igualdad,
Junto con la vasta aurora que se llama Libertad.
Su rayo en nosotros dora cuanto nuestra alma imagine,
Existe, existe, no tiene final ni siquiera origen,
No posee eclipse, noche, reposo, tampoco sueño.
Renuncia, pues, oh gusano, a crear el Sol eterno.