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El libro satírico. Escrito después de una visita a presidio – VÍCTOR HUGO

I

Cada niño al que se enseña es un hombre al que se gana.
Noventa de cien ladrones que en un presidio se hallan
No acudieron a la escuela ni tan siquiera una vez.
Tienen una cruz por firma y no saben ni leer.
Es en esta oscuridad donde el crimen ha surgido.
Es la ignorancia la noche que da al abismo principio.
Donde la razón se arrastra y la honestidad perece.

Dios, el primer escritor de todo cuanto se lee,
Ha puesto sobre esta tierra en que el hombre se embriaga,
Las alas de los espíritus, de los libros en las páginas.
El hombre al abrir un libro halla un ala, y así puede
Planear por las alturas y moverse libremente.
Es pues la escuela santuario, como si fuese una iglesia.
Del alfabeto que el niño con su dedo deletrea
Una virtud cada letra contiene; el corazón
Se ilumina dulcemente con ese humilde fulgor.
A un niño de corta edad un libro pequeño dadle
Y sostenedle la lámpara para que tras vos avance,
La noche produce error y el error el atentado.
La carencia de instrucción nos arroja a aquel estado
De humanos animales, de cabezas no acabadas,
Tristes instintos que van con las pupilas cegadas,
Invidentes espantosos, de mirada sepulcral,
Que a tientas van avanzando en ese mundo moral.
Iluminemos las mentes, que la primera ley es,
Y hasta la cera más vil hagamos resplandecer.
La inteligencia desea en la tierra ser abierta,
Debe germinar el grano; y todo ser que no piensa
No vive. Esos ladrones tienen derecho a la vida.
No hay que olvidar que la escuela el cobre convierte en oro,
Al tiempo que la ignorancia, el oro transforma en plomo.

Os digo que esos ladrones un tesoro han poseído,
Su pensamiento inmortal, don necesario y augusto;
Y tienen ellos derecho, desde su miseria honda,
A volverse hacia nosotros y hacia nuestras vidas prósperas,
Y de su espíritu cuentas acercarse a reclamarnos;
Os digo que eran el hombre y que bestia de él hicieron;
Os digo que a todos culpo, su caída compadezco;
También os digo que ellos son los seres despojados;
Y que esas fechorías con las que se han mancillado
Surgieron en un principio de un pecado a ellos ajeno.
¿Cómo alumbrarse podían si de la antorcha les privan?
Son ellos los desgraciados y no son los enemigos.
Ya que el crimen inicial con ellos fue cometido;
Entre todos extinguimos de su cerebro la llama;
Y la sociedad entera les ha arrebatado el alma.

II

¡Oh, viejo presidio eterno! ¡Oh, enigma! ¡Abismo oscuro!
¡Cuántas sombras han pasado por esos fúnebres muros!
Aquí el mal y la noche, y la ignorancia servil,
Y en la otra extremidad de esta atadura tan vil
El genio, también la fe, el amor y la verdad,
El inventor, pensador, que por Dios es impulsado,
El profeta que se aparta del error impío y falso,
Como San Juan en su gruta, como Daniel en el foso,
En la celda Galileo, Colón en el calabozo;
De eslabón en eslabón, hacia la luz va ascendiendo,
Esa cadena de luto sobre la tierra lanzada,
Que tiene su inicio en Poulmann y que en Prometeo acaba.
A través de seis mil años, por el camino arrastrando
Esos monstruosos anillos sobre los seres humanos,
En Toulon da ella comienzo en el Cáucaso se acaba.
El hombre pone la luz y la sombra en igual jarra;
El presidio, infierno absurdo, en su tumba da acogida,
Tanto al hombre criminal como al hombre que más brilla.

¡Ay de aquel que dice: «Avanza» al progreso que refluye,
Y un rayo de sol arroja cuando nuestro ocaso surge!
¡Qué sería del error si la luz al fin triunfase!
Es la misma fechoría y también el mismo ultraje,
El mismo crimen y tiene el mismo castigo inmundo
A un ser humano matar que encontrar un nuevo mundo.
Lucifer siempre es Satán, el águila, el basilisco,
Cualquiera que alumbre un faro de todos es enemigo.
¡El arcángel prisionero a vampiros igualado!
¡El alma presa! Los buenos como malvados tratados.
¡Oh qué sombría ceguera del ser humano y sus leyes!

Ante todas estas cruces tiembla el alma y se estremece,
Cruces que llevan los sabios, los videntes e inspirados;
Pues para huir de la vida, siempre sendas se han buscado,
Cielo justo, si pensamos en estos reveladores,
Que apresaron, pensativos, de lo alto portavoces,
Castigados por el bien, como si fuera un pecado.
En el paredón unidos, con el crimen asociados,
Sangrientos, radiantes mártires cubiertos por los azotes,
¡Que en forzados convirtieron por haber sido antes dioses!

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