Guárdeme Dios del pensamiento
que el hombre piensa con la mente sola;
para cantar una canción perenne
hay que pensarla
en la más honda médula del hueso.
De todo aquello que asegura
loor a la prudencia de los viejos.
¡Ah, quién soy yo para temer el riesgo
de que me llamen loco, en aras
de una canción!
Rezo —pues la moda es efímera,
y vuelven a privar las oraciones—
porque los años, aunque muera viejo,
me conserven la cálida apariencia
de un insensato,
de un apasionado.