No olvidamos el llanto
ni el vacío de los muertos en la tierra.
América circula con todo sufrimiento.
Pero canta.
No con voz de fuerza.
Canta el día de luz que llega
por el río de trigo,
al ardor de sus hombres
erguidos y en marcha.
No olvidamos nada.
Pero el canto es la fiebre más alta.
Huye de nuestras frentes,
señala nuestra sangre.
Alto. Altísimo.
Como nuestro amor.