La casa del emigrado es una casa…
La casa del emigrado es una casa
vacía, y el idioma que le obligan a hablar
viene como ceniza a su boca; nadie
lo reconoce al cruzar la calle, y en la
esquina, los olores que vienen del bar,
son de otra especie: opaca y sin vida.
Para él no hay más allá en las voces que escucha
—extraña ritmo o permanencia—
hay ruido, ruido en la calle, en el bar,
y la chispa de hogar que lleva consigo
se adelgaza,
día a día. La casa
del emigrado no tiene
cortinas; el cartel «se alquila»,
listo detrás de la puerta
en el despacho del portero
ha sido pensado para él. La casa
del emigrado es como un cementerio
anticipado. La casa del emigrado
es una casa vacía, en el extranjero
sita en una noche sin fin.