Les tocó en suerte una época extraña.
El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno pro
visto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin
duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología
peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de
demagogos y de símbolos. Esa división, cara a los
cartógrafos, auspiciaba las guerras.
López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward, en
las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown.
Había estudiado castellano para leer el Quijote.
El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado
en una aula de la calle Viamonte.
Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en
unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue
Caín, y cada uno, Abel.
Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.
El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos
entender.
Sección: Jorge Luis Borges, Poetas de Argentina