Esta mañana estival lleno está el patio trasero de mi mente
de una suave y zumbadora marea,
ese dulce vuelo y centelleo, el frágil temblor
de unas alas invisibles que se posan en el aire,
y se alejan, y luego vuelven otra vez con el menor susurro
al labio de la flor, al filo del prodigio;
no se rompen en pedazos, su simple propósito
es despertarme para deambular sin mirar,
sin pensar en nada, sólo sintiendo:
los pensamientos pueden venir mucho después del desayuno…
Ahora es el momento de apartar el aire
y dejarse inundar por lluvias de polen
y por los ventisqueros de esas alas silenciosas y engrasadas
que garabatean con olas de tinta y agua,
ostentoso guiño de revoloteo y huida,
paradoja de calma y tropel,
quedarse parados mientras están a punto de salir disparados,
veloces migraciones del corazón del universo
que navega sobre el viento y pulsa el temor;
sediento pájaro o astuto pensamiento, da igual,
vista, sin mirar, gana el juego,
toca pero no eches el ojo a las cosas,
mirada fuera, alentadora sorpresa;
hacer y ser… estos son los dignos gemelos de la visión eterna.
El pensar llega después.
Por ahora, mantén el equilibrio en el ecuador de la medianoche del
mañana
con una muda bienvenida, da señales en los días
pero no grites, ni hagas gestos,
no tiembla el mar ni el océano del ser
donde los pensamientos en curvado vuelo de rápida huida
rebotan como piedras
por la superficie de la mente en calma;
hazte el ciego, te acercará a la verdad…
hasta los colibríes,
los pica-
-flores
vertiginosos giróscopos,
se abalanzan para tocar,
giran,
susurran,
se equilibran,
dulces migraciones de cotilleo en las orejas.
Sección: Ray Bradbury