Madre… no me riñas,
que ya nunca vuelvo a ser malo…
No me riñas, madre…
que ya no vuelvo a llenarme de barro.
Madre… no me riñas,
que ya no vuelvo a manchar mi vestido blanco.
Madre…
cógeme en tus brazos…
acaríciame,
ponme en tu regazo…
Anda… madre mía,
que ya nunca vuelvo a ser malo.
Así…
Y arrúllame… y cántame… y bésame…
duérmeme… apriétame en tu pecho
con la dulce caricia de tus manos…
anda… madre mía
que ya no vuelvo a llenarme de barro.
Madre…
¿verdad que si ya no soy malo
me vas a comprar
un caballo blanco
y muy grande,
como el de Santiago,
y con alas de pluma,
un caballo
que corra y que vuele
y me lleve muy lejos… muy alto… muy alto…
donde nunca pueda
mancharme de barro
mi vestido nuevo,
mi vestido blanco?…
¡Oh, sí madre mía…
cómprame un caballo
grande
como el de Santiago
y con alas de pluma…
un caballo blanco
que corra y que vuele
y me lleve muy lejos… muy alto… muy alto…
que yo no quiero otra vez en la tierra
volver a mancharme de barro!