Al principio callábamos lo importante, no callando, diciendo todo lo otro: todo lo que no éramos (yo aún no sabía que eso era lo importante, ni sabía que lo importante no era eso). Después también callamos lo que decíamos, pero tampoco fuimos lo callado.
Necesitábamos cubrirlo, cubrir lo que no éramos: hicimos el amor eso era, hacer el amor, o hagamos llantos o casas o gestos, fue hacer el hacer, era cubrir el miedo, era seguir hablando para no callar lo callado, eran todas las
palabras de algo que no era las palabras de algo, que quizás apenas era ese temblar en la garganta cuando las palabras respiran, o era escupir, era estar ya sin poder seguir respirando vida y vida y vida sin llegarnos a decir, sin exhalar, sin vivir, sin tener la trama que narre el miedo, el miedo de no conocer la trama, o simplemente el miedo: esa sombra de todo lo que no es (ese nombrar temblando).