Para que nada sea cambiado
1
Mantén tus manos extendidas, sube por la escalera negra, oh consagrada; la voluptuosidad de los granos humea, las ciudades son hierro y charla lejana.
2
Nuestro deseo retiraba al mar su vestido cálido antes de nadar sobre su corazón.
3
En la alfalfa de tu voz torneos de pájaros expulsan preocupaciones de sequedad.
4
Cuando se conviertan en guías las arenas con cicatrices surgidas de los lentos acarreos de la tierra la tranquilidad se acercará a nuestro espacio cerrado.
5
La cantidad de fragmentos me desgarra. Y en pie se mantiene la tortura.
6
El cielo ya no es tan amarillo ni el sol tan azul. Se anuncia la estrella furtiva de la lluvia. Hermano, sílex fiel, tu yugo se ha partido. El entendimiento ha brotado de tus hombros.
7
Belleza, voy a tu encuentro en la soledad del frío. Tu lámpara es rosa, el viento brilla. El umbral de la noche se hace más profundo.
8
Cautivo, me desposé con la marcha lenta de la hiedra al asalto de la piedra de la eternidad.
9
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