No es tu luz, Octubre.
Ni son los pájaros y las flores.
Ni tampoco es el verde nuevo, no.
Es el silencio del canto.
Un silencio que casi nos angustia de tan puro
y nos hunde
en vértigos delicados
hasta las presencias secretas
o las fisonomías adorables e indecisas
de una dicha que sube y las excede.
Es tu silencio, Octubre, el que yo amo.
¿De dónde surgieron
mi niñez
y mi adolescencia?
Sí, es también tu luz en la tarde quieta.
Silencio iluminado y transparente
con los vagos rostros
recuperados
de un niño extraviado
y de un adolescente a la ventana.