¡Qué bonita es la princesa!
¡Qué traviesa!
¡Qué bonita!
¡La princesa pequeñita
de los cuadros de Watteau!
¡Yo la miro, yo la admiro,
yo la adoro!
Si suspira, yo suspiro;
si ella llora, también lloro;
si ella ríe, río yo.
Cuando alegre la contemplo,
como ahora, me sonríe…
y otras veces su mirada
en los aires se deslíe
pensativa…
¡Si parece que está viva
la princesa de Watteau!
Al pasar la vista hiere,
elegante,
y ha de amarla quien la viere.
… Yo adivino en su semblante
que ella goza, goza y quiere,
vive y ama, sufre y muere…
¡como yo!