Estaba de centinela en la rama de un árbol cierto Gallo experimentado y ladino:
—Hermano –díjole un Zorro con voz meliflua—, ¿para qué hemos de pelearnos? Haya paz entre nosotros. Vengo a traerte tan fausta nueva; baja, y te daré un abrazo. No tardes: tengo que correr mucho todavía. Bien pueden vivir sin zozobra, Gallos y Gallinas: somos ya hermanos de ustedes. Festejemos las paces; ven a recibir mi abrazo fraternal.
—Amigo mío –contestó el Gallo–: no pudieras traerme nueva mejor que la de estas paces; y aun me complacen más, por ser tú el mensajero. Desde aquí diviso dos lebreles, que sin duda son correos de feliz noticia: van aprisa y pronto llegarán. Voy a bajar: serán los abrazos generales.
—¡Adiós! –dijo el Zorro–: es larga hoy mi jornada; dejemos los plácemes para otro día.
Y el bribón, contrariado y mohíno, tomó las de Villadiego. El Gallo machucho echó a reír, al verlo correr todo azorado, porque no hay gusto mayor que engañar al engañoso.