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Canto a mí mismo, III – WALT WHITMAN

He oído a unos juglares que hablaban del comienzo
y del fin.
Pero yo no hablo del comienzo y del fin.

Nunca ha habido otro comienzo que éste de ahora,
ni más juventud que ésta
ni mas vejez que ésta;
y nunca habrá más perfección que la que tenemos
ni más cielo
ni más infierno que éste de ahora.

Instinto… instinto… instinto…
Instinto siempre procreando el mundo.
De la sombra surgen los iguales que se contradicen y se complementan,
la sustancia que se multiplica…
el sexo siempre,
siempre una malla de identidades y diferencias…….
y la preñez y el parto siempre.
Inútil es querer perfeccionar.
Esto lo saben ya los doctos y los indoctos.
Firmes,
clavados
ligados,
abrazados al mismo palo,
resistiendo como caballos percherones,
amorosos,
altivos
y eléctricos…
¡yo y este misterio estamos aquí!

Clara y tierna es mi alma.
Y claro y tierno es mi cuerpo:
todo lo que no es mi alma también.

Si falta uno, faltan los dos.
Y lo invisible se prueba por lo visible,
hasta que lo visible se haga invisible y sea probado a su vez.

En todas las edades el mundo ha dispuesto sobre lo
bueno y lo malo.
Pero yo que conozco la correspondencia exacta
y la imparcialidad absoluta de las cosas,
no discuto,
me callo
y me voy a bañar al río para admirar mi cuerpo.
Hermoso es cada uno de mis órganos y mis atributos,
y los de otro hombre cualquiera sano y limpio.
No hay en mi cuerpo ni una pulgada vil;
nobles son todos los átomos de mi ser
y ninguno me es más conocido que los otros.

Estoy satisfecho:
veo, danzo, río, canto…
Cuando mi amante y fervoroso camarada, que ha dormido a mi lado toda la noche,
se levanta y se va sigilosamente al amanecer,
dejándome canastas, tapadas con blancos lienzos que llenan y alegran mi casa con su abundancia, las acepto sin remilgos,
sin preguntar de dónde vienen
y sin ponerme a calcular lo que valen.

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