Raras veces he encontrado
la lealtad con la expresión,
la caricia en el saludo
y el pensamiento en la voz.
Los rostros han sido máscaras,
el abrazo una ficción
y la sonrisa una burla,
y el compañero un traidor.
En el dueño de este libro
algo muy raro vi yo:
cuando me tendió la mano
me ofrecía el corazón.
Y así hay gentes que se admiran,
con filosófico ardor,
de cómo Manuel no es víbora
y yo no soy camaleón.