Es hermoso, una sierra, una sierra de chiquichaques, una sierra que poderosamente, ágilmente, tranquilamente avanza en un madero pesado, al que corta soberanamente.
También un pecho es hermoso. Muy hermoso. Adentro-, afuera. Adentro, todavía más, tan magníficamente útil cuando uno sabe utilizarlo, llevándolo de tiempo en tiempo al aire frío de las altas altitudes donde aquél prospera y se regocija.
Pero qué miserable es un pecho bajo una sierra que se aproxima Imperturbable, qué miserable, sobre todo si es el suyo, y ¿por qué haber detenido el pensamiento sobre la sierra cuando lo único que a usted le interesa es su cuerpo, al cual la sierra por ese hecho se aproximará fatalmente? Y en una época de sangre como la nuestra, ¿cómo no iría a engancharse en él? En efecto, ahí entra, como en su casa, se hunde gracias a sus dientes maravillosos, tallando tranquilamente en el pecho su surco que no servirá a nadie, a nadie, ¿no es evidente?
Ahora es demasiado tarde para las reflexiones ‘‘de distracción” Allí está. Reina en el lugar y como una inconsciente ahí se pone a cercenar en su cuerpo perdido, fatalmente perdido ahora.