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C. O. S. C. – PABLO NERUDA

Ha muerto este mi amigo que se llamaba Carlos,
no importa quién, no pregunten, no saben,
tenía la bondad del buen pan en la mesa
y un aire melancólico de caballero herido.

No es él y es él, es todo, es la muerte que toca
la puerta,
de puro bueno salió a abrirle Carlos,
y entre tantos que abrieron esa noche la puerta
él solo quedó afuera,
él entre tantos hombres ahora ya no vuelve.
Y su ausencia me hiere como si me llamara,
como si continuara en la sombra esperándome.

Yo si hubiera escogido para este fin de un día
un dolor entre tantos que me acechan
no hubiera separado de la noche su rostro,
injustamente hubiera pasado sin recuerdo,
sin nombrarlo, y así no hubiera muerto
para mí, su cabeza continuaría gris
y sus tranquilos ojos que ahora ya no miran
seguirían abiertos en las torres de México.

De la muerte olvidar el más reciente ramo,
desconocer el rumbo, la proa o la bodega
en que mi amigo viaja solo o amontonado
y a esta hora creerlo aún dueño del día,
aún dueño de aquella claridad sonriente
que repartió entre tantas tareas y personas.

Escribo estas palabras en mi libro pensando
que este desnudo adiós en que no está presente,
esta carta sencilla que no tiene respuesta,
no es nada sino polvo, nube, tinta, palabras
y la única verdad es que mi amigo ha muerto.

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