Quédate tranquilo, si es que de repente
se decide el ángel a tu mesa sentado;
alisa en el mantel calmadamente
los pliegues que bajo el pan han quedado.
Ofrecerás tu rudo manjar
para que él también lo pruebe a su vez
y su labio puro se incline a tocar
el vaso en su cotidiana sencillez.