Raúl, cuando los hombres llegaron
con su emoción a sueldo, con su sueño tasado,
yo sé que tú no lo sabías, no lo sabes aún …
Ellos vendieron todo, lo hipotecaron todo;
pusieron triste hasta los dientes de los niños,
el aire lo ficharon,
la atmósfera tenía su agrimensor,
la palabra era un ruido de espada sin historia.
Pero Raúl, ayer te vi bebiendo,
bebiendo un agua suelta que rodaba su cielo.
Por tu cuerpo, Raúl, que no tiene bolsillos,
por el líquido indio que te sale a centavos,
el sudor que no cobra como el aire en la boca,
tiemblo, tiemblo, Raúl, para escribirte,
tiemblo Manuel adentro …
Porque, Raúl, es que no quiero
poner tan en peligro tu sonrisa, ni tu andar tímido,
ni tus pies olorosos de honestidad descalza,
ni tus manos enflaquecidas de bíblicas,
ni el rostro peligrosamente manso de tu silencio,
cuidadoso de no matar hormigas…
Pero ella me ha dicho… tu mirada me dijo
que querías venir a la ciudad;
sin embargo, Raúl, qué hermoso estás sin calles,
con tu terca, tu tibia, tu leche primitiva
igual que un niño triste con su trompo.
Habitante primero de la tierra,
con la palabra hombre quemándose en tus manos;
no, quédate allá, Raúl,
quédate con tus uñas vegetales,
quédate con los siglos que amasando azucenas
fabrica tu sonrisa.
Ya sé que estás desnudo, pero, Raúl, aún
pones algo en tu carne… tu sonrisa:
retacito de gasa en tus heridas.