Cesare Pavese

Atavismo – CESARE PAVESE

El muchacho respira más fresco, escondido
detrás de los postigos, mirando la calle. Se ven las piedras
por la clara abertura, en el sol. Nadie camina
por la calle. El muchacho querría salir,
así desnudo -la calle es de todos-, y hundirse en el sol.

En la ciudad no se puede. Se podría en el campo,
si no estuviese, sobre la cabeza, la profundidad del cielo
que humilla y aterra. Está la hierba que, fría,
hace cosquillas en los pies, pero las plantas que miran
y los troncos y los arbustos son ojos severos
para un débil cuerpo descolorido, que tiembla.
Hasta la hierba es distinta y repugna al contacto.

Pero la calle está desierta. Si pasase alguno,
el muchacho en la oscuridad osaría mirarlo
y pensar que todos esconden un cuerpo.
Pasa, en cambio, un caballo de músculos gruesos
y atruenan las piedras. Hace tiempo que el caballo
anda desnudo y sin impedimento bajo el sol:
tanto, que anda en medio de la calle. El muchacho,
que querría ser fuerte de ese modo, y renegrido,
y tal vez tirar de un carro, osaría mostrarse.

Si se tiene un cuerpo, hay que verlo. El muchacho
no sabe si cada uno tiene un cuerpo. El vejestorio arrugado
que pasaba esta mañana no puede tener un cuerpo,
tan pálido y triste, no puede haber nada
que aterre de ese modo. Tampoco los adultos
o las esposas que dan la teta al bebé
están desnudos. Tienen un cuerpo sólo los muchachos.
El muchacho no se atreve a mirarse en la oscuridad,
pero sabe bien que debe hundirse en el sol,
y habituarse a las miradas del cielo, para hacerse hombre.